miércoles, 11 de noviembre de 2015

HIPPY 2000


Hippy 2000... En aquella época, si recordais, el año 2000 era algo mítico y lleno de promesas. Todo, todo, pasaría en el año 2000. Cualquier cosa, por fantástica que fuera, seguramente sería posible entonces. Robots, coches voladores, el futuro, en suma. Los chicos, en el cole, hacíamos cuentas de qué edad tendríamos entonces... 37 era la de nuestra generación :) Bueno, parecía una cifra inalcanzable (por lo vieja que se nos llegaba a antojar una persona de treinta y pico en aquella época :)...Ahora ya han pasado más de 15 años desde que alcanzamos aquella cifra... Y claro, el cambio de siglo no cumplió aquellas ingenuas
expectativas, aunque hay que reconocer que el mundo ha evolucionado increíblemente desde aquellos años (en algunas cosas)...


Hippy 2000 era una estupenda colección de cromos con unos dibujos fantásticos, salidos de la imaginación del genial Jan (autor de Superlópez). Cabezas y cuerpos por separado, que podías combinar a tu gusto... Dos cromos más un chicle, por 2 pesetillas de nada. 

Unos vecinos de mi escalera, en concreto los del bajo, tenían el techo de la entrada de su casa empapelado con estos cromos. Ahí estuvieron durante muchos, muchos años... Aún hoy en día, cuando voy a visitar a mis padres, levanto la mirada esperando encontrar aquellos cromos allí pegados, lo primero que veía cuando llegaba del cole.

Tenían álbum para coleccionarlos, pero yo prefería guardarlos o pegarlos en distintas combinaciones. De hecho, era la gracia que tenían aquellos cromos tan divertidos editados por la entrañable Editorial Bruguera.

La página publicitaria que veis, está sacada de un DDT de 1973. También pongo aquí la portada, para los más nostálgicos :) 8 pesetas! El equivalente a... vamos a ver... 0,05 euros! Qué tiempos aquellos! :)



domingo, 27 de septiembre de 2015

DE SOMBREROS HORTERAS E INDUMENTARIAS VERANIEGAS (HORTERAS TAMBIÉN)





Hoy he encontrado este sombrero de vaquero tan hortera en la red y he recordado que, en el verano del 74, tuve uno igual:)
Pasábamos las vacaciones en el pueblo, junto a dos familias amigas. Una mañana fresca de Agosto, dando una vuelta antes de ir a la piscina, fuimos a parar a una de esas tiendecitas donde venden un poco de todo. Y como estábamos en verano, había una amplia oferta de cestos de esparto, sombrillas, flotadores y todo tipo de gorras y sombreros. Los chavales, en cuanto vimos aquellos sombreros vaqueros multicolor tan... bonitos, nos los pedimos inmediatamente. Hemos de tener en cuenta la época, eh? Estábamos en plena psicodelia -que aquí nos llegó algo rezagada :)) Aquellos sombreros estaban confeccionados con una mezcla de nylon y algodón, y resultaban ligeros y bastante fresquitos (dejando aparte el aspecto estético, aunque insisto: Estábamos en los 70 :) . También disponían de un cordón de sujección muy útil (para eso, para sujetar).


Ese sombrero estuvo muchos años en la casa del pueblo, colgado de una percha, aunque hace tiempo ya que le perdí la pista. Es decir: Ya lo había olvidado completamente (a menudo tengo la sensación de que las cosas desaparecen en cuanto las olvidamos y no al revés), pero la red me lo ha traído de vuelta y, de paso, una buena porción de recuerdos infantiles de aquella época y de aquél verano...







Como por ejemplo, éstos pantalones de rayas tan vistosos (los 70, ya sabéis). En realidad los míos eran más vistosos todavía, por lo que recuerdo: franjas amarillas, blancas, negras, verdes, etc... Añadamos al bonito conjunto una de aquellas zapatillas deportivas marca La Tórtola que casi todos los chavales llevábamos en la época. Bueno, o los que no habíamos ni siquiera oído hablar de las John Smith o las Converse y ni sabíamos que existían directamente. Por 200 pesetas tenías unas bambas tipo básquet estupendas y asequibles... 


Es curioso cómo acabo de tener un flash del final de aquellas Tórtola blancas... Ese mismo Septiembre, me caí rodando por una cuesta cerca de casa, haciéndome una herida bastante aparatosa en la rodilla. Se me ha quedado grabado en la memoria el recuerdo de mi padre subiéndome en brazos a casa mientras yo miraba desconsolado mis bambas, ahora teñidas de rojo :) Todavía conservo la cicatriz...Y creo que no volví a tener unas así hasta que me compré mis primeras John Smith, ya con 18 años...


Como estábamos en verano, cualquier camiseta de publicidad de la época daba el pego, para la parte superior de nuestra indumentaria. Si tenías suerte, podías lucir una de Coca-Cola, Mirinda, rotuladores Carioca o La Casera. O una camiseta conmemorativa de cualquier evento deportivo internacional... Siempre era mejor que lucir el logo de una empresa de construcción o de abonos y semillas (que también se podía dar el caso perfectamente, ya que nuestros padres parecían pensar que, en verano y en el pueblo, no había ningún tipo de norma estética aplicable en particular :)



Y terminemos finalmente el atuendo veraniego con unas buenas gafas de pera con cristales marrones o verdes Indo Cromic (sí, los que cambiaban de color según la intensidad de la luz). Lo malo de estos cristales era que en interiores muy iluminados, seguían siendo oscuros, lo cual te quitaba bastante visibilidad. Lo mejor era cuando eran nuevos: Al echar el vaho sobre ellos para limpiarlos (como se ha hecho toda la vida con las gafas hasta que salieron las toallitas o las gamuzas especiales de microfibra) se hacía evidente un sellito blanco con la marca Indocromic, que con el paso del tiempo, dejaba de manifestarse, cual fantasma desanimado :) Bueno, este adminículo nos quedaba reservado a los miopes, ya que en aquellos tiempos y a aquellas edades no se estilaba mucho el llevar gafas de sol. Esto quedaba reservado a los mayores, o a los pijos directamente :)








En fin, habría que vernos a todos subidos en las bicis con aquellos sombreros vaqueros multicolor y el resto de indumentaria a conjunto, corriendo nuestras aventuras por aquellos campos 
bajo la solana implacable (como buenos urbanitas, éramos los únicos en salir antes de las 5 de la tarde, ya que a nadie se le ocurría tragarse toda la calorada del mediodía excepto a nosotros, que exprimíamos ávidamente cada minuto de las vacaciones :). Me veo claramente en el campo de fútbol de tierra desierto, donde hacíamos carreras y derrapadas (en la parte de atrás, había un terreno bastante accidentado con desniveles, donde ejecutábamos acrobacias bastante temerarias y donde en más de una ocasión nos llegamos a plantear seriamente si el que había diseñado las bicicletas con cuadro había colocado allí la barra horizontal tan sólo con la aviesa intención de que nos dejásemos las partes en ella)... 

Ha pasado mucho tiempo desde aquél verano, pero hay cosas que nunca se olvidan por muchos años que pasen... Como el viejo sombrero vaquero multicolor :)






lunes, 20 de julio de 2015

UNAS TIJERAS PARA TODA LA VIDA...


A menudo poseemos pequeños objetos que nos acompañan prácticamente durante toda nuestra existencia sin que les prestemos la debida atención. Simplemente los utilizamos cuando los necesitamos y luego los volvemos a guardar en su sitio.

Pero hoy he reparado en uno de esos objetos que llevan conmigo seguramente toda mi vida. Cortando papel, me he dado cuenta de repente de que las tijeras que estaba usando son las mismas que había en casa cuando era un niño. Es decir, las mismas que recuerdo desde que tengo consciencia (si alguna vez la he tenido). Éstas mismas.

Estuvieron en casa de mis padres durante todo el tiempo que viví con ellos, hasta los 22 años para más señas. Me las llevé conmigo después y las he seguido conservando y UTILIZANDO prácticamente cada día de mi vida desde entonces. Están permanentemente en un cajón de mi estudio, siempre en el mismo sitio.

En casa se utilizaban estas tijeras para todo tipo de usos: Cortar el pollo, para los trabajos manuales del cole o como tijeras de costura. Incluso para algunas chapuzas de papá: «Tráeme las tijeras, Miguel (LAS tijeras), a ver si puedo cortar estos cables» La verdad es que eran las únicas tijeras que había en casa y por tanto estaban absolutamente pluriempleadas. Hasta mi hermano, cuando tenía 4 añitos, las usó para cortarse el flequillo... ¡de raíz!

Lo único que se me ocurre es que estas Tres Claveles de los años 60 son de una calidad tan destacable que han sobrevivido hasta hoy en día sin haber sido afiladas siquiera. Tan sólo siento haberlas despuntado un día en que trataba de hacerlas servir como improvisado destornillador (qué le vamos a hacer, manías heredadas de casa).

Por tanto, gracias viejas tijeras. Aunque espero que sigamos juntos muchos años más sin que ninguno de los dos perdamos el filo...





viernes, 1 de mayo de 2015

EDUCAR Y DIVERTIR AL MISMO TIEMPO

De entre todos mis juguetes de entonces, hay unos cuantos que recuerdo como muy divertidos, pero con la perspectiva del tiempo me doy cuenta de que también tenían una vertiente instructiva y didáctica (pero sin agobios :)



Mi más antiguo recuerdo es el de aquel juego de las chinchetitas de plástico de colores que podías enganchar en un tablero de plástico perforado blanco con patas. Formar dibujos combinando los colores era estupendo, pero lo duro, para nuestros deditos infantiles, era sacar las chinchetas del tablero empujando por detrás. Vamos, que si jugabas mucho, acababas haciendo callo :)




Otro juguete de la época, de los más creativos que podáis imaginar,  era el Picassin, un juego de spin-art. En el extinto Parque de Atracciones de Monjuic había una atracción consistente en una especie de turbinas donde giraba una lámina de papel brillante-satinado sin parar. Apretando unos botes de plástico con una boquilla  dosificadora que contenían pintura de colores, proyectabas la misma sobre las láminas, consiguiendo unos efectos muy psicodélicos. Me gustaba tanto, que mis padres me compraron la versión en juguete. Aún recuerdo el olor de las pinturas. El juego disponía de unos marcos de cartulina para enmarcar convenientemente tu obra. Un resultado realmente aparente!






Qué decir de  la ANATOMÍA HUMANA de Serima! Gran juego que creo que casi todos tuvimos, y que dudo mucho interesase a la mayoría de los chavales de hoy en día :) No sólo te divertías montando el esqueleto hueso a hueso y luego ensamblando los órganos (aunque había uno que no conseguí ubicar y enganchar nunca, creo), sino que además, podías chequear lo que habías aprendido en el libreto que acompañaba al juego, y que incorporaba unos plásticos transparentes de color rojo que ocultaban las respuestas... Falange, falangina y falangeta! :)
Aunque era un poco complicado (al menos en el mío)  meter todo eso en la cubierta muscular, con aquellos pivotitos que no acababan de encajar, y cerrar el muñeco. Molaba mucho el esqueleto, con su cubierta craneana que te dejaba ver aquel minúsculo cerebro de plástico (bueno, era un modelo masculino, qué le vamos a hacer) si la levantabas. Lo único es que... daba un poco de canguelo por las noches!!



Ah, el Electro-L (L de learning, lo descubrí cuando tuve que sacarme el carné de conducir :)... Qué pasada! Uno podía construir montones de circuitos, con sus interruptores, lamparitas, enchufes... Todo ello funcionaba con una pila de aquellas de petaca (las típicas pilas de aquellas entrañables linternas Júpiter). Yo incluso fuí más allá, extrayendo los motorcitos eléctricos de algunos coches viejos (que seguramente hoy valdrán una pasta pero que igualmente no hubieran sobrevivido a mi hermano pequeño con toda seguridad) y, con hélices de cartulina, fabriqué unos ventiladores bastante inútiles a la vez que absurdos (ya que tenías que levantar todo el juego para ponértelo delante de la cara si querías ventilarte :) La cosa era inventar!
Este juego me acompañó durante una buena parte de mi vida, y acabó siendo un elegante pedal para mi guitarra eléctrica (convenientemente forrado de Aeronfix efecto madera) a principios de los 80, gracias a los chispas Juanito y Pablo.

Siempre recordaré su tablero naranja perforado, y la maraña de cables por debajo :)



Este juego de Playskool también fue mío. Con él podías montar varios modelos de las típicas casitas de troncos americanas. Ignoro si hubo una edición española del juguete, pero la que se ve en la fotografía es justo la que yo tuve.
Un juego muy ecológico , totalmente hecho de maderas pintadas y barnizadas (con sólo un par de elementos de plástico para el soporte del tejado). Las cabañitas resultantes eran de lo más chulo, y podías meter dentro (un poco encogido, eso sí ) a tu Madelman de la Policía canadiense :)



Y aquí está mi preferido: el CHEMINOVA 3!
A mi primo (del que he hablado en la entrada anterior) le compraron el Quimicefa (con unas probetas de cristal alucinantes) y claro, yo no paré hasta que tuve mi propio juego de química.

El CHEMINOVA era un juguete muy ameno, a caballo entre la química y la magia. Es decir, algunos de los experimentos estaban destinados a epatar a la audiencia: Convertir 'agua' en 'vino' y viceversa (gracias al Perganmanato de Potasio) o producir olor a 'huevos podridos' (o eso decían ellos, ya que ése era un tipo de olor que nunca llegué a experimentar al natural, gracias a Dios), por ejemplo.
Tenía un juego de probetas de cristal con su soporte plástico, pinzas de madera para sostener el tubo mientras se calentaba en un hornillo de alcohol (que aún sirvió como ofrenda del 'fuego' el día de mi boda, AÑOS más tarde :) y los misteriosos PAPELES REACTIVOS ROJO y AZUL... La Fenolftaleína -qué difícil de pronunciar- y diferentes compuestos químicos a cual más peligroso con toda seguridad... Qué generación de supervivientes :) Cucharita medidora, probeta ámbar de plástico, etc. Un buen equipo para el científico aficionado, sin duda!

Mi especialidad era la fabricación de pólvora. El carbón vegetal lo obtenía a base de quemar fósforos de madera. Para todos estos peligrosos procedimientos, me protegía, muy profesionalmente, con mi bata de invierno y unos guantes de piel (incluso en pleno Agosto), incluyendo en el equipo mis gafas de buceo Nemrod... Menuda facha debía hacer, entre esto y el equipo de Agente Secreto :)

Qué buenos ratos (y que quemadas en algún  que otro mueble, todo sea dicho de paso)





Podríamos incluir en este lote el JUEGO DE MAGIA BORRÁS de la época. No era puramente didáctico, pero si muy instructivo, ya que lo primero que aprendías es que un mago se debe preparar los trucos concienzudamente antes de ejecutarlos en público, si no quiere quedar como un completo idiota :) Por suerte, nuestra audiencia habitual, o bien tenía nuestra misma edad, o se componía de padres y abuelos... Como vereis , un público tan ingenuo como nosotros o muy indulgente, respectivamente :)

Mis juegos preferidos, el de la copa verde y la bola, y el del platito que escondía la moneda en la base (me parece que acabo de reventar el truco, perdón :) Espero que la Asociación de Magos no me lo tenga en cuenta.



Y ya por último (y seguro que me dejo un montón en el tintero) EL SUPER-ROBOT de Cefa!

Menudo listillo el susodicho robot, no fallaba ni una :) Tenía un montón de láminas intercambiables de diferentes temáticas, e incluso había gente que se diseñaba sus propias láminas con temas más 'actuales' -sobre todo de fútbol-. Pero era todo un espectáculo ver girar a aquel pequeño super-robot, que acababa señalando la respuesta correcta con su varilla de metal invariablemente...

Aprender divirtiéndose, divertirse aprendiendo... (fué éste el lema de alguna de las marcas de la época?) Así eran los 70, todo era posible.

jueves, 16 de abril de 2015

DE FERIAS (LOS CABALLITOS)...


Aquellas ferias de nuestros días, que a menudo
se instalaban en descampados polvorientos...



Pocas cosas hay que hagan más feliz a un niño que escuchar de sus padres estas palabras: ‘Venga niño, que nos vamos a la Feria!’… (Bueno, quizás: ‘Venga niño, que nos vamos al Parque de Atracciones!’ o 'Venga niño, que nos vamos al Zoo', pero eso será motivo de otra entrada, seguramente). Y las cosas en aquella época no eran muy diferentes: Ir a la feria, a montar en aquellas ingenuas y a veces toscas atracciones era una de las mejores aventuras que la vida infantil podía depararnos…





Ferias… Un mágico y cautivador universo de luces, sonidos, aromas y sabores que nunca se olvidan, por muchos años que pasen. Sirenas estrepitosas que anuncian el fin o el principio de los  viajes, el olor del algodón de azúcar, el sabor de aquellos cocos frescos sumergidos en agua…No os pasa que lo recordáis todo ENORME? :) Con los años, cuando uno vuelve a estos sitios (que, en honor a la verdad, no han cambiado demasiado), ya con sus hijos, se maravilla de cómo estas atracciones tan diminutas nos podían parecer un inmenso mundo entonces. Porque aún uno descubre algún carrusel o tiovivo de los años 60 que ha seguido funcionando y haciendo felices a varias generaciones durante todo este tiempo–sólo que ahora, a 3 euracos el viaje!!
En el sitio donde crecí, anualmente y coincidiendo con la Fiesta Mayor, se instalaba la Feria. Recuerdo algunas de las atracciones estrella de la época (me ceñiré a las que me estaba permitido subir cuando era un niño –un niño que solía marearse si le daban demasiadas vueltas, por cierto :))…


Uno de los clásicos de las ferias de la época era EL TREN DE LA BRUJA, y aún lo podemos ver en muchas de ellas, aunque lamentablemente, no parece gozar de demasiada popularidad en estos tiempos, donde priman más las sacudidas y  la velocidad que el viajar en un trenecito viéndose hostigado por una bruja armada de pequeñas escobas, empeñada en sacudirte con ellas a la más mínima oportunidad (la verdad, es que, si lo analizas, suena bastante absurdo, ya que uno no acaba de entender muy bien la relación que puede haber entre las brujas, los trenes y los escobazos :)
Lo que más recuerdo de esta atracción es cómo, de muy pequeñito, me pasaba todo el viaje acurrucado junto a mis padres, muy asustado de aquella bruja que nos intentaba pegar con la escobilla… Y que, cuando el tren entraba en la zona oscura del túnel, aún me asustaba más :) Con el tiempo, uno aprende a ver los tejanos y las bambas debajo de la túnica, y a arrancarle las escobas a la bruja para conseguir un viaje gratis! Bueno, y luego le ves los tatuajes en los antebrazos… :)




Los carruseles (o caballitos, o tiovivos, como los conocíamos entonces –de hecho, nosotros le llamábamos ‘ir a los caballitos’, a ir a la feria) eran una de las atracciones más representativas de este lugar.  Uno podía sentarse allí al volante de un coche de bomberos o de una ambulancia (incluso de una diligencia, sujetando las codiciadas riendas) mientras daba vueltas tranquilamente, y saludaba a sus papis cada vez que el carrusel daba una vuelta completa (con la edad, he podido comprobar lo pesado que puede llegar a ser tener que saludar al niño cada vez que llega a tu altura, como unas 8 veces por viaje, pero les hace –nos hacía- mucha ilusión :)) Las motos tampoco estaban nada mal, y los aviones y las naves tenían su aquél, pero, los camiones de bomberos, con aquellas campanitas y escaleras cromadas… Eran lo más! Y venga a tocar los botoncitos de los coches, menudo guirigay. Los más osados (o los que no andaban listos y ligeros a la hora de escoger vehículo, técnica depurada donde las hubiera), escogían las sillitas. Y el tipo del carrusel les hacía dar vueltas y más vueltas sobre sí mismos…



Otra de las atracciones estrella de las ferias: LOS AUTOS DE CHOQUE… A ver… Quién no se ha dejado casi los piños en uno de aquellos choques frontales? Porque, entonces, los coches no llevaban cinturón de seguridad, como ahora… Y además, dejaban montar a quien quisiera, sin importar ni la altura ni la edad. Yo montaba con mi primo, uno conducía, y el otro, pisaba el acelerador (porque las dos cosas al mismo tiempo, como que no llegábamos directamente). Cómo envidiábamos a aquel tipo que corría por la pista apartando los coches que acababan su viaje, y qué rabia daba que se te subiese en el tuyo. Y las chispas que soltaban los troles en forma de gancho, en la red del techo? Y las primeras fichas metálicas, en lugar de las de plástico que luego se impusieron…
Con el tiempo, y conforme ibas metiéndote en los 70, esa atracción se iba convirtiendo en el reino y refugio de una serie de tipos malcarados con pelos largos -sobre todo por detrás- portando generalmente aquellos peines de colores chillones con mango curvado en el bolsillo trasero: Los –que nosotros llamábamos entonces- 'quinquis'! –hoy más conocidos como 'chonis' o 'lolos' :) Los bordes de madera de las pistas se convertían entonces en un sitio peligroso, y casi siempre trataban de sablearte 5 duros para un viaje (los rumores decían que esos peines tan horteras iban ‘cargados’ de sal entre sus púas, para rajarte la cara y provocarte un escozor mortal :) Yo más bien creo que eran para peinarse las greñas y reconocerse entre ellos! –Siento mucho si alguno ha tenido un pasado oscuro y se siente identificado con este colectivo, es lo que hay, la venganza es un plato que se sirve frío :)



Los estridentes y distorsionados comentarios de los tombolistas es algo que tampoco se olvida fácilmente. Desde el  ‘qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto!’ hasta ‘Y mira la chochona, qué guapa la chochona!’, cada uno de estos artistas ha tenido su propio sello. Estaría bien recopilarlos en algún álbum :) Lo que no fallaba nunca era lo mal que funcionaban aquellos equipos de sonido. O quizás es que nadie les había dicho que había que apartarse un pelín el micro de la boca!
En los años 60 y 70, la tómbola era una de las atracciones más populares. Hasta llegó a acuñar dichos como: ‘A ése le han dado el carné de conducir en la tómbola!’,para designar a un mal conductor… La gente compraba boletos y esperaba con ansia ver si les había tocado algo. Yo creo que aquellos jamones, los comediscos y todos los regalos buenos eran añejos ya, nunca vi a nadie ganar uno de ellos :) Como máximo, te podías llevar un peluche enorme. Eso sí, lo dejábamos todo perdido de los restos de aquellos sobres y boletos de colores no premiados…



Mi preferida sin lugar a dudas, en cuanto tuve edad de sostener la carabina, era la caseta de tiro. Tumbar aquellas bolas y recibir a cambio un puñado de caramelos! Qué más podía pedir uno? Bueno, que los cañones de las escopetas estuvieran rectos… Darle a las bolas era fácil, pero partir uno de aquellos palillos y conseguir un puro para mi padre era prácticamente imposible! Mira que tenía ganas, eh? Pero no hubo manera nunca... (de todas formas, mi padre no fumaba puros, quien no se consuela es porque no quiere).



Y por fin, un paseo por los sabores de la feria: Martillos de caramelo, manzanas de caramelo, CHUPETES de caramelo, algodón de azúcar… El paraíso de los dentistas (si es que en aquella época hubiéramos ido regularmente, claro :) Bueno, como decían nuestros padres: ‘son los dientes de leche’… Lo malo era que… las muelas no se cambiaban! :) Altramuces, CHUFAS, coco fresquito… Y para los papis, aquellas casetas donde preparaban bocadillos y cervecitas, la feria acogía a todos, de toda condición y edad…



Como nota curiosa, y pese a que no era una atracción típica de la zona donde crecí, yo aún pude ver en alguna feria a los barquilleros. Tenías que jugar a una ruletita, y si ganabas (que ganabas), te daban un barquillo… Un premio que sin duda, en los años 40 ó 50, tenía su aquél, pero en plenos 60, resultaba ya un poco absurdo...




En fin, las ferias (y más por la noche, con todas esas luces y bombillas de colores parpadeantes) siempre me evocan recuerdos de infancia, aunque ahora me da la sensación de que las veo desde las alturas :)
Por cierto, uno de los momentos más tristes en la vida de un niño, quizás sea aquel en el que descubres que, repentinamente, un buen día ya no cabes en el coche de bomberos… Adiós campanita, adiós!
Parafraseando a Cabrel, el momento en el que el abrigo de la niñez comienza a resbalar de tus hombros...